Al igual que un año atrás ella
subía a ese micro para volver al barrio que la vio nacer a pasar su cumpleaños
y las fiestas. Al igual que un año atrás alguien la acompañaba; pero ahí se
acababan las coincidencias. El novio de antaño es el amigo actual y la mirada
emocionada y nerviosa que ella sostenía hace doce meses se traducen en una
mirada cansada y un sobrepeso incipiente que poco tienen que ver con sus ganas
de superar el tema y salir adelante. Nunca fue una mina vencida. Las
situaciones no suelen derrumbarla; aunque sí estresarla y sacarla de su eje. La
desaparición silenciosa e inexplicable ocho meses atrás de quien esa noche de
diciembre la había despedido; había cobrado en ella más arrugas y cicatrices de
las que ella misma se animaba a aceptar. Y no sólo de piel hablamos.

Así y todo había sobrevivido. Se
había refugiado en su trabajo y se había aislado emocionalmente de todo. Sólo
de vez en cuando, cuando él aparecía como una estrella fugaz en su vida, ella
se desbalanceaba y perdía el equilibrio. Las esquirlas que caían al piso le
recordaban que no había cambiado el cristal y que aún podría estallar su
coraza. Había construido esa segunda piel con histeria barata, con amores
ajenos e incluso con algún encuentro fugaz que la había dejado aún más severa.
Nada debía acercarse a ese débil equilibrio que era su corazón.
Pero esa tarde, no pudo evitar
recordarlo. Sentía su proximidad aunque él no estuviera cerca y su amigo no
pudo evitar notar que algo raro le ocurría y se quedó hasta el final. Cargó su
valija en el buche del micro; de la misma forma que hace un año lo había hecho
él. Y ella no pudo evitar comparar las
dos situaciones. Como si el clima quisiera enmarcar aún más la situación
comenzó a llover torrencialmente. Ella se despidió de su amigo; con un claro
gesto de necesitar más afecto; pero entre ellos ya sabían que no era posible.
Subió al micro y su compañero le sacó una foto que seguramente pondría en el
estado de Whatsapp. Ella no pudo evitar desear que él viera su imagen. Era un
círculo vicioso. Todo caía en él.
Aguantó las lágrimas tímidas que
escapaban de su mirada hasta que estaban pasando Tellier. No lo había superado,
lo sabía y le daba una bronca bárbara. En Tellier subió un gendarme que le
preguntó si era la responsable del pibe que tenía a su lado “Otra buena” pensó “definitivamente
estoy hecha una vieja chota” La edad no le jodía. Lo que le jodía era tener 35
años y no haber podido tener una sola relación donde se sintiera amada. Decidió
dejar de sentir lástima de sí misma y con mucho esfuerzo intentó interesarse en
la novela que le había comprado a un escritor local. Se concentró pero su
cabeza volaba a él varias veces. Intentó centrar su vista en las nubes que
acompañaban la ruta y de repente escuchó: “Soldado, cambie su asiento conmigo”
Él estaba parado en el pasillo al lado de su asiento pidiéndole al jovencito
culpable de la confusión en Telier que se retirara y que lo dejara sentarse a
él al lado de ella.
Estaba descolocada. No sabía cómo
actuar. ¿Debería mostrarse alagada o enfadada? Después de todo su desaparición
de abril aún estaba sin explicación y su cruel desaire le dolía como si hubiera
sucedido hoy. Pero por otro lado se sentía tan bien tenerlo al lado, que una
paz la invadió, increíblemente junto con la ansiedad. No pudo volver a agarrar el libro. Tenía la
vista fija en la ventana intentando escapar de su proximidad. No pudo hacerlo.
Era más fuerte que ella. Se puteó a sí misma por no poder controlarse. Se dijo
que el tipo era una basura y que igual que como la había dejado sin palabras
hace ocho meses, iba a volver a dejarla así en un tiempo mayor o menor a aquel.
Pero cuando sintió sus dedos rozar su mano, no pudo retirarla. Él avanzó un
poco más y tomó su mano y la unió a la suya. La acariciaba y la miraba de la
misma forma que había hecho hace un año atrás en aquella despedida. Ella seguía
con la vista fija en la ventana sin poder reaccionar. Quería golpearlo,
putearlo, pedirle explicaciones; pero no hizo nada de eso. Sólo lo dejó hacer.
A pesar de la bronca acumulada la invadía una sensación de estar finalmente en
casa. Dejó escapar un suspiro que él interpretó como permiso para dar un paso
más. Quitó el apoyabrazos que los separaba y la abrazó como él sabía que le
gustaba. Ella apoyaba la cabeza en su pecho y el brazo de él protegía del frío
todo su lado izquierdo.
No habían cruzado más que una
mirada. Ni una palabra había salido de sus bocas y sin embargo ahí estaban los
dos unidos, como si nunca se hubieran separado. Ella no aguantó más su coraza y
la hizo añicos con una tímida lágrima que se escapaba de sus ojos, resbalaba
por su mejilla y humedecía la remera turquesa de él. Cuando sintió la humedad
en su pecho, decidió avanzar un poco más y tomó con su mano el mentón de ella e
intentó acercarlo a su boca. Ella sí reaccionó ahí. Sin violencia, pero con
firmeza giró su cabeza para que el beso no llegara a sus labios. Él entendió
que había avanzado demasiado de todas formas y no presionó más.
No hablaron tampoco. Se quedaron
así, abrazados y temblando. Ambos pensando cual sería el próximo paso que
debían dar. Ella pensaba que ya estaba bien; que ya basta de defenderse; que no
siempre puede ser una luchadora a ultranza, que a veces está bien ceder y no
atarse a certezas tan firmes.
Un bache hizo saltar el colectivo
y la despertó. A su lado iba el joven gendarme que había generado la confusión
en Tellier. Estaba terminando de ver una película, mientras el colectivo
entraba a Caleta. Y ella, entendió resignada que no existe nada capaz de vencer
en la tierra al poder de aquello que se resiste a unirse. Ni un micro de media
distancia. Ni un sueño profundo.
FIN
Maloserá, gente. Maloserá!