sábado, 23 de diciembre de 2017

EL MICRO


Al igual que un año atrás ella subía a ese micro para volver al barrio que la vio nacer a pasar su cumpleaños y las fiestas. Al igual que un año atrás alguien la acompañaba; pero ahí se acababan las coincidencias. El novio de antaño es el amigo actual y la mirada emocionada y nerviosa que ella sostenía hace doce meses se traducen en una mirada cansada y un sobrepeso incipiente que poco tienen que ver con sus ganas de superar el tema y salir adelante. Nunca fue una mina vencida. Las situaciones no suelen derrumbarla; aunque sí estresarla y sacarla de su eje. La desaparición silenciosa e inexplicable ocho meses atrás de quien esa noche de diciembre la había despedido; había cobrado en ella más arrugas y cicatrices de las que ella misma se animaba a aceptar. Y no sólo de piel hablamos.
El amigo, un adolescente tardío pero de buena madera, hacía comentarios que impactaban en la coraza que ella había ido construyendo día tras día después de ese dos de abril en que él desapareció sin mirar atrás y sin mirarla. No importara lo que él dijera. La mente de ella volvía una y otra vez a esa noche de despedida en la que ella protegida por los brazos anchos y firmes de él auguraba que el hombre que la sostenía en ese momento también sería el culpable de un desastre inminente. La crisis se hizo esperar. Cada vez que ella pensaba que él iba a abandonarla, él daba una prueba más de afecto que la descolocaba y encantaba. Cuando finalmente la crisis llegó; la tomó tan de sorpresa que no supo qué hacer con los pedazos rotos. Construyó un laberinto de indiferencia al que sólo penetraron  sin perderse un par de amigas… guiadas por el hilo de Ariadna que ella tenía en su mano. Ella lo controlaba y las controlaba. Aunque estuvieran movidas por el deseo de salvarla de sus demonios; ella seguía teniendo el control. Ella evitaba que se acercaran demasiado al Minotauro que la devoraba y la consumía.
Así y todo había sobrevivido. Se había refugiado en su trabajo y se había aislado emocionalmente de todo. Sólo de vez en cuando, cuando él aparecía como una estrella fugaz en su vida, ella se desbalanceaba y perdía el equilibrio. Las esquirlas que caían al piso le recordaban que no había cambiado el cristal y que aún podría estallar su coraza. Había construido esa segunda piel con histeria barata, con amores ajenos e incluso con algún encuentro fugaz que la había dejado aún más severa. Nada debía acercarse a ese débil equilibrio que era su corazón.
Pero esa tarde, no pudo evitar recordarlo. Sentía su proximidad aunque él no estuviera cerca y su amigo no pudo evitar notar que algo raro le ocurría y se quedó hasta el final. Cargó su valija en el buche del micro; de la misma forma que hace un año lo había hecho él.  Y ella no pudo evitar comparar las dos situaciones. Como si el clima quisiera enmarcar aún más la situación comenzó a llover torrencialmente. Ella se despidió de su amigo; con un claro gesto de necesitar más afecto; pero entre ellos ya sabían que no era posible. Subió al micro y su compañero le sacó una foto que seguramente pondría en el estado de Whatsapp. Ella no pudo evitar desear que él viera su imagen. Era un círculo vicioso. Todo caía en él.
Aguantó las lágrimas tímidas que escapaban de su mirada hasta que estaban pasando Tellier. No lo había superado, lo sabía y le daba una bronca bárbara. En Tellier subió un gendarme que le preguntó si era la responsable del pibe que tenía a su lado “Otra buena” pensó “definitivamente estoy hecha una vieja chota” La edad no le jodía. Lo que le jodía era tener 35 años y no haber podido tener una sola relación donde se sintiera amada. Decidió dejar de sentir lástima de sí misma y con mucho esfuerzo intentó interesarse en la novela que le había comprado a un escritor local. Se concentró pero su cabeza volaba a él varias veces. Intentó centrar su vista en las nubes que acompañaban la ruta y de repente escuchó: “Soldado, cambie su asiento conmigo” Él estaba parado en el pasillo al lado de su asiento pidiéndole al jovencito culpable de la confusión en Telier que se retirara y que lo dejara sentarse a él al lado de ella.
Estaba descolocada. No sabía cómo actuar. ¿Debería mostrarse alagada o enfadada? Después de todo su desaparición de abril aún estaba sin explicación y su cruel desaire le dolía como si hubiera sucedido hoy. Pero por otro lado se sentía tan bien tenerlo al lado, que una paz la invadió, increíblemente junto con la ansiedad.  No pudo volver a agarrar el libro. Tenía la vista fija en la ventana intentando escapar de su proximidad. No pudo hacerlo. Era más fuerte que ella. Se puteó a sí misma por no poder controlarse. Se dijo que el tipo era una basura y que igual que como la había dejado sin palabras hace ocho meses, iba a volver a dejarla así en un tiempo mayor o menor a aquel. Pero cuando sintió sus dedos rozar su mano, no pudo retirarla. Él avanzó un poco más y tomó su mano y la unió a la suya. La acariciaba y la miraba de la misma forma que había hecho hace un año atrás en aquella despedida. Ella seguía con la vista fija en la ventana sin poder reaccionar. Quería golpearlo, putearlo, pedirle explicaciones; pero no hizo nada de eso. Sólo lo dejó hacer. A pesar de la bronca acumulada la invadía una sensación de estar finalmente en casa. Dejó escapar un suspiro que él interpretó como permiso para dar un paso más. Quitó el apoyabrazos que los separaba y la abrazó como él sabía que le gustaba. Ella apoyaba la cabeza en su pecho y el brazo de él protegía del frío todo su lado izquierdo.
No habían cruzado más que una mirada. Ni una palabra había salido de sus bocas y sin embargo ahí estaban los dos unidos, como si nunca se hubieran separado. Ella no aguantó más su coraza y la hizo añicos con una tímida lágrima que se escapaba de sus ojos, resbalaba por su mejilla y humedecía la remera turquesa de él. Cuando sintió la humedad en su pecho, decidió avanzar un poco más y tomó con su mano el mentón de ella e intentó acercarlo a su boca. Ella sí reaccionó ahí. Sin violencia, pero con firmeza giró su cabeza para que el beso no llegara a sus labios. Él entendió que había avanzado demasiado de todas formas y no presionó más.
No hablaron tampoco. Se quedaron así, abrazados y temblando. Ambos pensando cual sería el próximo paso que debían dar. Ella pensaba que ya estaba bien; que ya basta de defenderse; que no siempre puede ser una luchadora a ultranza, que a veces está bien ceder y no atarse a certezas tan firmes.
Un bache hizo saltar el colectivo y la despertó. A su lado iba el joven gendarme que había generado la confusión en Tellier. Estaba terminando de ver una película, mientras el colectivo entraba a Caleta. Y ella, entendió resignada que no existe nada capaz de vencer en la tierra al poder de aquello que se resiste a unirse. Ni un micro de media distancia. Ni un sueño profundo.

FIN

Maloserá, gente. Maloserá! 

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