martes, 24 de febrero de 2015

Outsider

Hoy terminaron las mesas de evaluaciones de la primaria donde trabajo. Aprobé a dos estudiantes que no merecían ser aprobados. Me excusé conmigo misma porque los tendré el año que viene y "me cobraré" -con mayor exigencia- el favor dado. Mentira. No los aprobé porque después les exija el doble.Los aprobé porque no quiero ser la causante de su repitencia. Tengo en claro que no repiten por mí.... sino por ellos y por sus padres. Pero la culpa me carcome. No puedo enfrentarme a mis alumnos y ponerme firme. Me siento un demonio de aquellos. Cada vez que se llega a esta instancia del año me pasa lo mismo. Y me enoja. Me enoja porque vivo pendiente de un mundo que me ignora y que me maltrata. Veo a un grupo de 6 o 7 tarados que juegan a la pelota en la calle -en la calle, no en la vereda- y me sale el instinto de ir a ayudarlos. De meterme. De mostrarles que lo que están haciendo está mal. Que quedan horrible con esos gestos, esos escupitajos a plena vista de todo el mundo. 
¡Y a mi qué me importa!
Yo estoy acá peleando contra la tentación de comer otro tostado (tengo un sobre peso importante), con mis miedos a los perros, mi soledad, la falta de confianza a todo el mundo. 
Odio mi deseo constante de agradar. En especial porque al resto del mundo realmente le chupa un huevo lo que a mí me pasa. Amo mi vocación pero es una manera más de ignorarme a mi misma.
Consumo desde hace tiempo literatura de la buena. Esa que inspira, que te obliga a confiar en un mundo mejor. Mi actitud se basa en eso. 
"Era una chica sola" "Soy sola" frases que giran en mi cabeza desde hace años. 

     ¿Pero cómo sentirme con alguien, cuando nadie llega a mí? Siempre me siento ajena. Siempre me siento distante de la realidad. Siempre siento que el mundo va por un carril y yo por el opuesto. 
Cuando era chica me contestaba con fantasear sobre un futuro mejor y distinto. Al mejor estilo Disney o Hollywood; donde el amor llegaría y me demostraría que no estoy loca, que vale la pena esperar por lo verdadero. La juventud está marcada por el escepticismo y el sarcasmo; pero sigo intentando creer en ese final... medianamente feliz. Tengo miedo que llegue la resignación y la tristeza de no haber sabido cómo ser feliz. 
Y esto no es una queja constante. Si miro para atrás estoy orgullosa y feliz de lo que veo. Bien o mal me formé, soy amiga, mujer, persona, ciudadana y docente. Pero estoy sola. Soy ajena al mundo y el mundo es ajeno a mí. 
De momento, insisto. Esta mudanza a Deseado es una apuesta a probar algo distinto. De momento no sé. Sigo igual. Soy igual. Y el mundo, también. 

Maloserá, gente. Maloserá!

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